Cuando trabajaba en Compass Montessori Secondary School, solíamos ir a acampar muy seguido, al principio del año escolar y en otras ocasiones durante el año. Realmente, cualquier excusa era buena para no tener clases en esa escuela, y había muchos viajes, caminatas y escapadas divertidas.
En esta ocasión fuimos al principio de un año escolar a acampar a las dunas aquí en Colorado. Es un largo camino de Golden hasta allá, y aún más tardado yendo en un autobús escolar (aunque esto no viene al caso con mi anécdota).
Estuvimos allá una semana. Lo peor de ese campamento fue el hecho de que no teníamos donde bañarnos y por tantos días era muy incómodo. Aunque todos tuvimos una (y algunos dos) oportunidad de bañarnos una vez durante esa semana, ya que nos tocaba ir una vez (a algunos dos) a unas aguas termales donde había baños, así que podíamos bañarnos ahí.
Una de esas noches en las que la mitad de los alumnos y maestros habíamos ido a nadar a las aguas termales, regresamos cansadísimos y nos fuimos directo a dormir a nuestras tiendas. De repente, cuando intentaba quedarme dormida, escuché mucho ruido afuera, donde estaban las mesas y el área de comer. Después de unos minutos de escuchar ese escándalo, escuché a una de las maestras decirme que hablara con los alumnos que pudiera, desde mi tienda, y que les dijera que teníamos que irnos al autobús de inmediato y de forma ordenada y callada. Así lo hice, y empezamos todos a caminar hacia el autobús. Muchos de los adolescentes se veían adormilados; otros se veían confundidos; todos estábamos sorprendidos y algunos hasta asustados. Al subir al autobús los que estaban ya arriba anunciaban a los que iban llegando, que había un oso enorme buscando comida.
Los maestros y maestras pasamos lista mental, recordando los nombres de los estudiantes que habían ido a acampar en esa ocasión. No teníamos las listas de alumnos con nosotros, pues estaban en nuestras tiendas de acampar. Pasamos lista varias veces, hasta que estuvimos seguros de que teníamos a todos nuestros estudiantes sanos y salvos en el autobús.
Desde el autobús todos pudimos “disfrutar” del espectáculo que el oso gigante nos dio al intentar abrir las hieleras, especialmente la hielera que tenía toda la carne que consumiríamos el resto de esa semana.
El héroe de ese viaje fue el maestro de matemáticas, Peter (quien meses después, en el viaje a Europa resultaría ser también nuestro héroe y protector); un hombre maduro, muy serio y elocuente. Al ver que estábamos en el medio de las dunas, solos y desamparados, decidió salir del autobús y abrir la hielera de la carne, para que de esta forma el oso pudiera sacar la carne y se fuera. Salió y estuvo a unos cuantos metros del oso que cada minuto que pasaba sin poder abrir la hielera, más enojado se ponía. Peter abrió la hielera y regresó al autobús, mientras el oso saqueaba la hielera y se llevaba toda la carne que encontró.
Como todos los que solemos (o solíamos antes de ser padres) acampar en Colorado sabemos, sí hay osos en las montañas, pero basta con ser precavidos para no tener un encuentro cercano con tales seres de fuerza impactante. Nosotros no fuimos precavidos. Es bien sabido que los osos no se acercan a los campamentos, a menos que huelan comida, por lo que se recomienda que se guarde todo en bolsas y no se deje nada en las tiendas, sino dentro de los vehículos. Nosotros lo sabíamos y eso hacíamos cada noche, excepto por esa noche. Creo que los cuatro maestros responsables por la seguridad de aproximadamente ochenta estudiantes de prepa, pensamos que alguien más se encargaría de guardar la comida. Nadie lo hicimos. No es algo de lo que estoy orgullosa. Lo peor según mi punto de vista, sucedió a la mañana siguiente cuando todos estábamos desayunando y comentando sobre lo acontecido la noche anterior. Mike, un estudiante nuevo, a quien acabábamos de conocer un par de días antes, cuando nos reunimos para partir a nuestra aventura, nos aseguró que él no tenía idea de lo que estábamos hablando. Fue en ese momento cuando los maestros nos percatamos de la ausencia de este estudiante nuevo. Me da tristeza pensar que nadie extrañó a Mike en el autobús. Y me asusta pensar qué hubiera sucedido si el oso hubiera pasado corriendo por la tienda donde Mike dormía pacíficamente mientras escuchaba música con sus audífonos puestos. Mike no escuchó nada en toda la noche. Definitivamente él fue el que mejor descansó esa noche en la que el osote nos visitó.
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